Npqeditores/ abril 28, 2021/ BLOG

PIO RAFAEL ROMERO (Escritor y profesor de talleres de escritura)

Ahora, en este mismo momento que me dispongo a escribir para ti este post, me he capturado a mí mismo, ayudándome de un diagrama: el mapa mental. Fue instintivo, te lo juro. Haciendo retrospección —hoy estoy filosófico— me percato de que esto, aunque sale así, como un chasquido de dedos, no es congénito: lo he tenido que aprender.

Recuerdo mis primeros tiempos. Tenía cosas dentro para decir, quería sacarlas, comunicar mis ideas y mis sentimientos. Y todo se embrollaba porque no sabía cómo hacerlo. Hoy es diferente, una serie de mecanismos, que salen solos, me van guiando en la cuerda locura de escribir, mi obsesión favorita. Al principio me sucedía tal como al que no sabe conducir y, sentado en el asiento del copiloto, piensa que el conductor que cambia las marchas, sin que apenas se note, lo ha realizado así toda la vida y que es muy fácil. Es incompetencia inconsciente. No sabe y no sabe que no lo sabe. ¿Un trabalenguas? No, esta es la primera etapa del aprendizaje.
En la escritura me propuse superar esta fase.


Se puso delante de mí, una retadora hoja en blanco que me decía: «Vamos, Rafa. Si es tan fácil, venga, escribe. Así lo hacen los escritores «genios» en las películas que teclean un best seller de un tirón, en un rato».
¡Ay, amigo! Me sucedió lo mismo que cuando intentamos sacar el carnet de conducir. Una cosa es ir de copiloto, otra distinta ponerte al volante. No obstante, algo saqué, había cambiado de sitio. Pasé de incompetente inconsciente a tener consciencia de mi incompetencia. Ya era todo un incompetente consciente. Y esto, aunque parezca una chorrada, es superar un grado.

Necesitaba aprender. Y lo primero que aprendí fue que a escribir, lo mismo que a conducir, se aprende practicando. De la misma forma que para poder obtener el deseado carnet nos vamos a una autoescuela, yo busqué cómo aprender a escribir: en la red, en grupos de lectura, en talleres, en cursos presenciales o remotos y en cualquier otra actividad que me ofreciera esa posibilidad. Y me ayudaron, y me enseñaron Aunque, tenlo por seguro, siempre te tocará ponerte al volante o delante de la bravucona hoja en blanco; vale para ambos. Y ¡Milagro! Con el favor de las musas, comencé a escribir. ¿Bien?, te preguntas. ¡Qué va! Lo que salía se podía equiparar a mis primeros tiempos de conductor novel, cuando el coche corcoveaba como caballo cerrero, las marchas se rayaban escandalizando como matracas en semana santa y el impaciente que venía detrás sonaba la bocina sin compasión. Así eran mis primeros trabajos.


Entonces escribía pensando paso a paso lo que debía hacer, recordando todas las encomiendas de mis tutores. Mirando los manuales. Repasando mis notas. En fin, tal como cuando vamos al examen del carnet: «Ahora embrago, con el otro pie acelero, aflojo el embrague, poco a poco, despacio; y a la vez coloco la palanca en primera…» Todo pensado y repensando, no sale natural, pero el coche avanza.


Había conquistado la tercera etapa del aprendizaje: competencia consciente. Se escribe, más o menos bien, pero siempre repasando cómo ejecutarlo, no sucede de manera espontánea.


Muchos kilómetros, que digo, muchos folios después, comienzas a hacerlo mejor. Las técnicas y los consejos calan. Descubres que la escaleta no es una majadería, sino que es una magnífica herramienta para planificar tus obras. Aprendes a leer los buenos autores con oficio, como un escritor, no como el lector que siempre has sido. Asimilas técnicas para desarrollar la creatividad. Engendras personajes, a los que das vida; y son tus hijos, o tus amigos, o hasta tus amores. Lo pasas muy bien con ellos. Aprendes a revisar y mejorar tus escritos. Todo ello te convence que puedes darle una patada en el mismísimo… a la impertinente página en blanco.


Y practicas y practicas, y creas tus hábitos, que te envician. Necesitas un chute de escribir todos los días. Y te buscas tu rinconcito, tus métodos, tus horas. Y lo haces mejor. Encuentras tu propio estilo. E incluso, valiente, te atreves a enviar tus obras a concursos. Y hasta publicar.

Introduces tus propios trucos, incorporas esas técnicas de creatividad o de planificación para tus obras. Todo va saliendo y no te das cuenta. Lo haces bien y no tienes que pensar para hacerlo, sale solo, natural, con la misma destreza que cambia las marchas un taxista con miles de kilómetros a sus espaldas, sin pensarlo, sin darse cuenta. Es entonces cuando has llegado a la etapa superior del aprendizaje: competencia inconsciente.
De todas formas, en este oficio nunca acabas. Siempre tienes que aprender y practicar para caminar a la excelencia. Aunque también te digo: se pasa muy bien.


Y no me hagas mucho caso a mí, que tengo muy pocos kilómetros recorridos en la tarea de ensamblar palabras. Escucha al maestro Gabriel García Márquez: «El oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica».

Compartir esta entrada