Npqeditores/ abril 15, 2020/ ARTÍCULOS PORTADA, BLOG

Isabel Barceló (Escritora. Licenciada en Filosofía y Letras)

Con este título, un tanto informal, como informales son las ideas que me rondan por la cabeza, no me refiero a que pensemos mucho sobre los personajes que queremos crear al proponernos escribir un relato o una novela. Me refiero, literalmente, a que los pongamos en movimiento.

“El arte imita la vida”. Se trata de una frase que, quizá por el hartazgo de oírla, corremos el riesgo de encerrarla en un rincón oscuro para que no moleste. Y, sin embargo, nuestro propósito último al escribir no es otro que describir la vida, generalmente la de otros, ya se trate de personajes históricos o de ficción. Así que no nos queda más remedio que mirar a nuestro alrededor.

Supongamos que Juanita, por algún motivo que desconocemos, está triste. Lo podemos decir así de claro: «Juanita estaba triste», y nadie nos lo puede reprochar. Si la sentamos con sus amigas a la hora de comer y, mientras las demás se zampaban la paella, una Juanita silenciosa «cogió el tenedor y escampó el arroz por todo el plato, sin probarlo siquiera», seguro que tanto las comensales como el lector comprenden enseguida que algo raro le pasa, porque ¿quién no ha tenido alguna vez a una Juanita delante? O ¿quién no ha hecho eso mismo en alguna ocasión?

Ver a un personaje comportarse de manera inusual en él, no solo nos pone en alerta, sino que nos obliga a pensar. ¿Qué mosca le ha picado? ¿La habrá plantado su novio? ¿Le han puesto un cero en matemáticas? Pensamos en Juanita, intuimos que en ella late una pena oculta, y queremos saber cuál es. Ninguno de nosotros tenemos la capacidad de penetrar en el pensamiento del otro, en sus emociones, en sus sentimientos. El escritor puede fingir que sí, que está dentro de Juanita y nos va a contar pormenorizadamente lo que piensa y siente. Pero, ¡ay!, los pensamientos son muy abstractos. Aunque no seamos conscientes, cuando pensamos tenemos imágenes en nuestra cabeza que nuestros interlocutores no ven. «¡Qué bien lo pasé aquel verano!» les dices a tus amigas, pero como no seas más precisa…

A quienes narran o construyen una novela les corresponde hacer un juego de magia que consiste en insuflar vida a lo que solo son palabras. Y no  hay vida —ni magia— sin movimiento.

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