Npqeditores/ diciembre 22, 2021/ BLOG

Eva Romero – Departamento de Comunicación

Subrayar libros es, para muchos, un tema tabú. Para otros, un placer incomprendido. Una actividad solitaria que hacemos, normalmente, en la intimidad de nuestra habitación. Sí, hablamos de leer y, concretamente, de subrayar los libros que leemos.

Antes de continuar, es importante destacar que a lo largo de este post nos referiremos a subrayar libros de ficción y de narrativa, y por supuesto, a libros propios, no de bibliotecas públicas o libros prestados. También es necesario puntualizar que cuando hablamos de “marcar libros” hacemos alusión a subrayar con cualquier material, hacer dibujos, pegar post-its o en general, cualquier cosa que implique la alteración voluntaria del estado original del libro.

Así pues, existen en este mundo dos tipos de lectores, los que no marcan sus libros y los que, contra toda crítica, sí lo hacen.

Los del primer grupo se caracterizan por querer mantener su ejemplar intacto, inmaculado. Piensan que un libro se desvaloriza al ser subrayado porque consideran esas marcas como manchas indeseables que ensucian la armonía visual del texto. En algunos casos extremos dentro del grupo de “no-subrayadores”, se llega a la glorificación del libro, es decir, se eleva a la categoría de sagrado un objeto material y fácilmente reemplazable. Quizás, este fenómeno es debido a la confusión entre el amor por la historia que cuenta el libro, con el libro en sí mismo, como objeto.

Otro de los motivos en contra de subrayar libros, es que se sostiene que esta tendencia proviene de la tradición académica y de las técnicas de estudio, como cuando en el colegio subrayábamos los libros de texto para mejorar la comprensión y memorizar las partes más importantes de cara al examen. Sin embargo, cuando leemos libros por placer o por entretenimiento, ni queremos ni podemos retener toda la información en nuestra memoria, por lo que subrayar en este caso carecería de utilidad práctica y por ello este grupo lo considera una pérdida de tiempo. Tiempo, en el que en vez de estar subrayando el libro, podrías estar leyéndolo.

Pero, por el contrario, hay quienes no comparten estos razonamientos y contraargumentan que no subrayan para memorizar el texto que leen, sino simplemente para macar sus partes favoritas. Y esto sí que tiene una función, ya que tener el libro marcado y lleno de post-its permite al lector encontrar con facilidad  aquellas frases o escenas del libro que destacaron entre todas, aquellas que tuvieron un significado especial para ellos en aquel momento.

Además, marcar los libros obedece a la necesidad de dejar nuestra impronta, interactuar directamente con el libro y dejar nuestra huella para que se note el paso del lector por esas páginas. Para este grupo, subrayar equivale a adueñarse del texto y relacionarse con él. Y no solo eso. Este tipo de lectores apuestan por tratar al libro como lo que es, un objeto material del cual existen miles de copias idénticas. Pero, subrayando la copia que poseemos, la hacemos nuestra, individualizamos algo que en principio parece universal. Es una forma de personalizar nuestro ejemplar, de hacerlo único y diferenciarlo de todos las demás. Así, cuando volvemos a él y vemos las marcas, volvemos en realidad a la experiencia de lectura de ese momento concreto de nuestra vida.

Sea como sea, esta eterna batalla entre dos grupos que parecen irreconciliables no debe influir en nuestra manera de actuar respecto a los libros. Que un libro no tenga ni una marca no significa que no haya sido disfrutado, al igual que un libro subrayado no es menos valioso. Al fin y al cabo, cada cual es libre de elegir como quiere conservar sus libros en su biblioteca personal. Subrayes los libros o no, lo importante es que los disfrutes.

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