Descripción
Transcurridos 28 meses desde el inicio de la guerra, en Chiva se respira una mezcla de pena y resignación. Son ya demasiadas las tragedias vividas, demasiados los disgustos y demasiado el sacrificio que las familias llevan encima: hijos muertos en campaña, otros muchos que aún se juegan la vida en lugares remotos, episodios violentos en la localidad, registros, requisas, descontrol, persecución, miedo, racionamiento… Además, hay que afrontar la manutención de numerosos evacuados y dar cobijo a una gran masa de militares que van y vienen del frente. Los vecinos no tienen más remedio que aceptar la realidad, pero a su vez guardan la esperanza de que todo acabe pronto. Mientras, el calendario alcanza el 3 de diciembre de 1938. Los niños madrugan para ir a escuela y los padres atienden sus respectivos quehaceres, ya sea en el monte, en el pueblo o en el propio hogar. Cuando la normalidad parece abrazar la mañana, una vasta formación de aviones asoma por el horizonte con un zumbido lejano. La suerte está echada. En el aire, las miradas se afilan sobre la villa. En las calles, los comentarios se desatan. Rápidamente quedará claro, que el sufrimiento no ha terminado.
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